jueves, 9 de agosto de 2012

De redes sociales e información

Si, acepto que soy adepto a las redes sociales. Las entiendo como una potentísima herramienta de nuestra era y algo que, de algún modo, influye notablemente en la manera en la que nos relacionamos unos con otros; sea para cuestiones laborales, familiares, de negocios, política o cualquiero otra cosa que se nos ocurra. Hasta allí, todo bien. Podemos afirmar que hoy, como nunca antes, gozamos de un enorme poderío ganado a fuerza de tecnologías que, dicho sea de paso, son expresión de nuestra notable inventiva como especie. Sólo de pensar la cantidad de mentes que han trabajado en su desarrollo es algo que da vértigo. Lograr poner a disposición de buena parte de la humanidad dispositivos como los teléfonos celulares, servicios como el Internet, conexiones por satélite, etc. ha requerido el esfuerzo de muchas personas, voluntades políticas, reglamentaciones y un sin fín de interacciones profesionales.

Pero es allí, a la hora de hacer uso de ellas, donde al parecer nos hemos hecho bolas. Integrar este nuevo poder de comunicación en nuestra vida no ha resultado un ejercicio tan sencillo como quizás se había imaginado en un principio. Me explico, supongo que muchos creímos que el uso de las redes sociales sería algo casi natural en nosotros por la situación de haber hecho uso de diferentes medios de comunicación con anterioridad, algo así como una extensión de nuestras propias habilidades comunicativas y la necesidad que tenemos de comunicarnos para muchos aspectos de la vida diaria. El advenimiento de la red con su enorme cantidad de servicios para almacenar, publicar y compartir información así como lo accesibles que son ahora los dispositivos para que la información llegue a nosotros es un sueño que, como humanidad, hemos logrado convertir en realidad. Pero, y he aquí el gran tropezón, basta con entrar a facebook o algún otro servicio de carácter social para darnos cuenta que lo que parece abundar allí no es precisamente lo que los desarrolladores de estas redes podrían haber deseado esperar y no sé si alguien lo pudo imaginar.

Por un lado, encontramos lo que los usuarios comunicamos, lo que ofrecemos a los demás a través de las redes sociales. En esta perspectiva, no puedo más que expresar un cierto desencanto. Me encuentro con un flujo interminable de banalidades tales como "mi café está frío", "no puedo dormir", "... ja ja ja ja...", y un larguísimo compendio de trivialidades por el estilo. Mentiría si dijera que todo el mundo hace esto o en todo momento; hay también, por supuesto, posts de interés personal y colectivos que parecen redimir el fenómeno comunicativo. Sin embargo, lo que me sorprende es la subutilización de estos medios con tonterías. Es decir, hablamos de tecnología que reúne teorías e industria de muy alto nivel, inversiones multimillonarias para el desarrollo, manufactura y comercialización de dispositivos y su puesta en operación, y todo ello para decir: "tengo una roncha en el brazo". Si, creo que me indigna un poco ver que en una época en la que gozamos de vías de comunicación que hubieran hecho palidecer de envidia a nuestros antepasados, resulta que parece que no tenemos mucho que decir, una completa ironía.

Tampoco soy partidario de que todo lo que se ponga en las redes deba ser de trascendencia notable, hay chistes, información general, las imágenes, vínculos e información de relación con la familia y amistades; bueno, mucha información que le cambia ocasionalmente el giro al modo de ver el día a día. Pero, así como no todo lo que transita por nuestra mente es relevante, tampoco todo lo que se publica en las redes es significativo. La ventaja de la mente es que no está conectada siempre con el habla y solemos expresar sólo lo que de algún modo tiene sentido para nosotros, pero ese filtro parece no existir en las redes sociales, aún lo que no se dice al hablar parece escribirse en la red como si fuera significativo para los demás lo que te acontece en cada minuto de tu vida. Encuentro "muros" donde se ve una cierta incontinencia verborréica que, visto en conjunto, es aberrante. Da la impresión de que, a modo de analogía, nos viéramos forzados a hablar si tenemos micrófono enfrente aunque no se tenga nada sensato que decir. En este sentido, me parece que no toda información es comunicación, esto es, hay datos pero esos datos pueden ser no significativos para las demás personas, y a veces ni para uno mismo. No obstante, se pone de relieve la vanidosa ilusión, que parece abundar, de creer que nuestra vida es ultra-mega-importante para el resto de la humanidad, cuestión por demás absurda.

Lo anterior parece apuntar a que si bien gozamos de medios de comunicación inimaginables para los que nos antecedieron, esto no significa que hayamos alcanzado un punto de cierta madurez social para comunicarnos de modos más significativos, ni tampoco que tengamos un juicio muy sólido para discernir lo que vale la pena expresar de modo público. En este ámbito, me parece que la educación tiene un enorme reto aquí, pues habremos de aprender nuevas formas de convivencia y expresión con el  inevitable uso de las redes sociales.

Por otro lado, y como segunda cuestión, nos vemos sometidos a la novedosa situación de contar con información sobreabundante sobre casi cualquier cosa en la palma de la mano y al instante. De suyo esto puede ser muy bueno cuando hemos de resolver problemas o tomar decisiones informadas y es algo que me parece fascinante, casi mágico, quizás por ser parte de una generación en la cual conseguir la información pertinente y valiosa para lo que fuera que uno trajera entre las manos, resultaba medianamente complejo. Y ver ahora la increíble faacilidad para acceder a la información no deja de sorprenderme. Pero esto ha traído también consecuencias inesperadas y que me parecen no deseables: Es fácil caer en una suerte de adicción a la información. El advenimiento de los hiperlinks es una herramienta clave para un sin fin de intereses pero, a su vez, son siempre una vía para perseguir información interesante que pueda ya no ser pertinente para lo que estamos haciendo. Me parece que diariamente hacemos una especie de lucha interna, cuando navegamos por la red, entre lo interesante y lo pertinente. O me van a decir ustedes que jamás, buscando algo para su trabajo o necesidad informativa, se han desviado con algo interesante aunque impertinente y han terminado viendo fotos de osos pandas en China o algo por el estilo.

Me encontré un interesante artículo sobre estas cuestiones (http://www.informationdiet.com/), y me gustó que, en líneas generales, ayudara a ver que la abundancia de información no es el problema, pues el hecho de que esté allí, en la red, no obliga a que la miremos. El problema es de consumo, esto es, que parece que "consumir" información de modo indiscriminado no nos resulta muy útil además de que nos puede causar adicción. La apariencia de estar informándose contínuamente da una sensación de que está uno educándose o haciendo algo valioso cuando busca uno información pero, cuando dicha información, aunque interesante, no tenga nada que ver con lo que necesitamos o hemos de hacer, pues quita tiempo e impide concentrarnos en lo que debemos hacer. Consumir información que no tiene sentido para nuestra vida, deberes y necesidades es un problema serio. De allí la necesidad de hacer lo mismo que hacemos ahora con nuestra alimentación. Seleccionar la información que efectivamente nos "alimente" y abandonar la información "chatarra", en suma: evitar el "sobreconsumo". No me parece una mala idea...